En estos tiempos en que hay cierto desprestigio de la narración, y el despliegue de “ideas”, las reflexiones teóricas y la mezcla de géneros toman su sitio, a mí me interesa en primer lugar narrar, desplegar situaciones en el tiempo. No trabajo con ideas, aunque haya ideas que se formen (en especial sentidos), sino con situaciones que se desarrollan, bien concretas y bien pequeñas, por cierto. Me interesa la posibilidad de desplegar cosas más grandes a partir de incidentes cotidianos. Trabajo con la cotidianidad pero llevándola muchas veces a cierto límite, con una mirada algo enrarecida respecto de ella. Especialmente, creo que con el acento puesto en lo concreto, en los aparentemente pequeños asuntos de los seres humanos, podemos ver el mundo. Me gusta pensar la narración como una mirada con una lupa, algo deformante y exagerada por momentos. Tampoco trabajo con tramas, no construyo tramas (y mucho menos “grandes” tramas), sino un despliegue de situaciones que les ocurren a determinados personajes (que a veces son más conciencias expuestas que personajes en sí mismos) y que las confrontan o relacionan con otros personajes y con el mundo. Creo que vivir es difícil, la lógica del mundo me resulta impenetrable, relacionarse con otros está lleno de tensiones. Me interesa desplegar esas tensiones y dificultades, y la manera en la que nos atraviesa la dificultad material, el individualismo, la desigualdad y la precariedad de las condiciones de existencia.
No pienso el desarrollo narrativo como algo que debe ir en una única dirección, porque no creo que las situaciones se desplieguen de manera ordenada y lineal, sin interrupciones, tampoco los vínculos. Me parece que la idea de economía narrativa no sirve y que es más interesante permitir que en el desarrollo de una secuencia narrativa se abran otras pequeñas situaciones o historias que tienen un valor en sí mismo, o producir cierto detenimiento a través de fragmentos descriptivos, de diferente extensión, que se sustenten en el trabajo con la mirada y con el lenguaje.
También creo que de alguna manera la narrativa debe tratar de conformar algo vivo, hacer que las situaciones o el despliegue de acciones tengan vida. Pienso la literatura, igual que el teatro, como un hacer presente. Más que explicar o explicitar debe poner en escena situaciones, formas de vínculo. Hay una frase de Grace Paley que me resulta muy atractiva: Todos los seres, literarios o no, merecen el destino abierto de una vida. ¿Cómo hacer para dotar de vida las situaciones, los personajes? Es una pregunta para la que encuentro, voy encontrando, distintas respuestas. Por un lado, creo que el conflicto, lo que está fuera de lugar y lo abierto son cosas que dan vida. Hacer interactuar a los personajes de manera compleja, mostrar cierta incomunicación o tensión entre ellos, darle lugar a lo inesperado en los diálogos y también en las historias que se despliegan, que haya líneas que vayan en distintas direcciones, como comentaba antes. Pero la literatura también es lenguaje, una búsqueda poética del lenguaje. El trabajo con el lenguaje es muy importante para mí, es lo que le da sentido a todo, en cierta medida. Estoy permanentemente reflexionando sobre cómo decir algo de una manera a la vez nueva y poética. Guy de Maupassant escribió en una carta algo que me parece importante: Hay que observar mucho tiempo aquello sobre lo que se quiere escribir para describirlo de una manera que no haya sido descrita por nadie antes. Salir del cliché es importante para mí, a la par que producir en la escritura cierto enrarecimiento, pero también buscar maneras de decir bellas y contundentes. No es solo lo nuevo también es lo poético lo que guía mi búsqueda, aunque muchas veces no me salga.
Por último, sigo creyendo en la necesidad de dar cuenta del carácter misterioso o sobrecogedor de la vida, del mundo. Me interesa hacer presente, en cierta medida, todo lo inasible de la vida de los hombres y mujeres. Todo lo que lleva a una profundidad que sale de la mera superficie de las acciones, lo que hace aparecer lo doloroso acallado, el sinsentido de la vida en general, o los momentos que dan sentido, lo incomprensible, el amor, la muerte, la conexión y desconexión con los otros… Creo que un relato es una ocasión para desplegar todo eso que en cierta medida es misterioso e inmaterial y que nos conecta, de manera problemática o no, a unos con otros o a cada uno con el sentido o con el mundo en todas sus expresiones. De alguna manera, ese es el objetivo central, que aparezca eso que está en otro nivel, un nivel más difuso, pero que de alguna manera hace que vivir sea algo significativo y valioso, aunque no exento de dolor.