La única verdad es el deseo.
La literatura es una sola, un procedimiento de escritura que remite a un asunto, una historia, un problema. Se trata de un mecanismo cultural que da cuenta de la experiencia humana, contando para ello con un sistema de comunicación, la lengua, a diferencia de las otras artes, por ejemplo la música, donde la significación es más abstracta o la pintura, que debe recurrir a símbolos o a algún tipo de representación. Esa identidad del mecanismo, el habla, es lo que la sitúa en el lugar más indicado para esa función. Si bien la literatura es una sola, el hecho de que se trate de un mecanismo complejo en tanto narración de la sociedad, sus mitos, su historia y luego estructurado en forma de libro (imaginemos que fuera necesaria en el futuro una imagen que diera cuenta del hombre en pleno uso de sus capacidades intelectuales, es probable que se eligiera a un hombre con un libro en la mano), hace que se establezcan infinitas categorías para abordarla: según la procedencia, los géneros, el aspecto temporal, etc. Entre tantas categorías habría, a mi entender, una literatura del deseo y, inscripta en esta, una literatura del deseo homosexual, una constante transversal a todas aquellas manifestaciones, tan presente como cualquier otra, implícita o explícita. Un tipo de escritura que formaría parte de la dupla literatura y política. La literatura y la política andan muy cerca. Y no me refiero a textos políticos partidarios o manifiestos propagandísticos de tal o cual idea política. Digo que el lenguaje es un hecho social y que la literatura está hecha de lenguaje, por lo tanto, el uso que hagamos de ese lenguaje, nombrando u ocultando, determina una visión del mundo, una política del lenguaje o una manera de hacer literatura. Ese es el sentido de mi escritura y donde yo me inscribo, una escritura que da cuenta de un deseo. Habida cuenta de la existencia de un deseo “mayoritario”, podríamos decirlo así, la visualización de otro deseo, que rompe y desestructura el normativo, adquiere una relevancia que supera el mero hecho de fijar la atención en el encuentro sexual entre dos personas del mismo sexo (de múltiples maneras y atravesadas por circunstancias sociales, políticas, religiosas y de todo orden); supone poner en cuestión esa normatividad e impregnarla de matices justamente por la densidad que tiene el deseo en todos los individuos. Casi necesariamente una escritura que recoge esas experiencias se convierte en una poética del deseo, del deseo con mayúscula, del deseo de todos, que yo resumo en una frase: la única verdad es el deseo. Si se pudiera rastrear toda la literatura que da cuenta de ese deseo, comprenderíamos la profunda carga disruptiva que tiene, dado que desear es romper una norma, sacar al objeto de ese deseo de su opacidad y otorgarle por esa vía un status diferente.
La política del lenguaje
Hay otro elemento que es necesario puntualizar, la cuestión del lenguaje. En términos de que “nadie sabe lo que pasa en el interior de un hombre” (El cine de los sábados: Eldeseo Editorial, 2017), radica la necesidad de seguir interrogando al lenguaje y a la carne. Y en esa interrogación al lenguaje (y a la carne) es necesario poner el acento en el procedimiento para que esa interrogación se haga significativa, es decir, que signifique. Opino que el uso del lenguaje de una manera anecdótica o narrativa simple no alcanzaría para encontrar sentido o iluminar de una manera más profunda el objeto de la literatura que siempre es esquivo, como es esquivo el deseo. Se puede decir que escribir también es un deseo, el deseo de la escritura, el impulso de particularizar o poner el ojo en algo o alguien y nombrarlo. Todo es pertinente, pero justamente la mejor manera de hacerlo es no sucumbir de entrada a la dificultad de abordar o nombrar ese deseo y quedarse en la superficie. Suelo decir que, muchas veces, flaco favor se le hace a la causa o al objeto literario que se quiere abordar utilizando el lenguaje en su acepción más llana. Un uso diferente del lenguaje también es determinante, político, como se dijo aquí. En música se dice que hay tres instancias de percepción del discurso sonoro: sincrética, analítica y sintética, cada una más profunda que la otra. Tal vez sería un buen ejercicio someter a algunos textos a esa sencilla comprobación (yo lo hago con mis libros). La anécdota esta muy bien, el develamiento de los sistemas socioculturales que sostienen el periplo está mejor, y, esforzarse por iluminar aquello que permanece oscuro, siempre, de la condición humana (¿A ver, a ver, de qué estamos hablando?), sería nuestra labor, la de los escritores.
Acotaciones
¿Qué es una experiencia humana?, ¿cuánto hay de finitud y cuánto hay de eterno en el transcurso vital?, ¿cuánto hay de individualidad “real” y cuánto de social “aprehendido”? Vivimos atravesados por diferentes discursos desde el vamos, en variados soportes, con primacía evidente del lenguaje verbal, uno que permite describir, interrogar, hablar de la cosa, es decir, la palabra, las palabras. Transitamos por esta vida apabullados por un denso conglomerado de significantes que rodean a la existencia humana, comunican a los hombres, permiten intercambios y distintas experiencias históricas y sociales, individuales y colectivas. Pero, ¿cuál es el sentido de todo? ¿Cuál es la herramienta que nos hemos inventado para dar cuenta, registrar, buscar la voz más sincera posible entre todo el griterío, escuchar lo que nadie escucha, no perder el tiempo en hablar de lo que todos conocen? Esa herramienta imperfecta y en permanente construcción es la literatura. En una ficción escrita por mí hace ya un tiempo, un policía debe inscribir un hecho criminal en el expediente y, de repente, duda de lo que está haciendo, duda de la capacidad de la escritura para registrar lo sucedido. Dice: “la mejor manera de reconstruir un crimen es repetirlo”. Lo que quiero agregar con esta anécdota es que, no obstante, es lo único que tenemos, por ahora, es lo más parecido a la experiencia fáctica por eso de poder hablar de lo ocurrido, darles vueltas a las cosas, confesar. Y entonces aparecen los escritores, aquellos capaces de revelar lo que está pasando de verdad, o pasó y, a veces, lo que va a pasar. La literatura en una dimensión amplia es todo lo que se habla, se piensa, se imagina, se desea y, en una dimensión más acotada, el registro secreto de eso. La función de la literatura, a mi entender, sigue intacta. Yo creo en la literatura.