Un hombre entre paréntesis (Ediciones UDP, 2019) es un texto biográfico sobre el escritor uruguayo Mario Levrero, escrito por el escritor argentino Mauro Libertella. Hoy Levrero, que en realidad se llamaba Jorge Mario Varlotta Levrero, en la tradición de su país es un autor central, que ha traspasado las fronteras de Uruguay y de lo que se conoce como literatura rioplatense. Publicó varias novelas, que a lo largo del tiempo fueron yendo de lo esotérico (El alma de Gardel), a lo policial (Dejen todo en mis manos), a lo delirante (Nick Carter), aunque hacia el final lo que predominó fue lo autobiográfico (La novela luminosa).
En este libro Mauro Libertella indaga en la vida de un autor oscuro, con poca vida social, lleno de fobias, desconfiado, que autoboicoteaba sus ediciones y que no promocionaba sus libros, y en el modo en que escribió esas novelas y esos cuentos geniales. En un momento Libertella no duda de comparar a Levrero con Roberto Bolaño, ya que si Bolaño refundó la literatura latinoamericana, Levrero hizo lo contrario al decir que no era necesario.
Libertella no es un escritor de biografías, pero sí de novelas. Hijo de dos monstruos de la literatura argentina, de Héctor Libertella y de Tamara Kamenszain, su libro que más ha tendido hacia lo biográfico es Mi libro enterrado, que aborda la muerte de su padre y su relación con él y parte de su obra. Aquí podía encontrarse quizá el único antecedente, por lo que Un hombre entre paréntesis fue un salto al vacío, del que cae de pie. La charla es en un típico café rioplatense del barrio Almagro de Buenos Aires, con algo de frío, porque recién se ha largado una de esas frescas lluvias veraniegas.
“Nunca había hecho algo como un retrato, aunque el libro sobre mi viejo tiene algo de eso, sabía que meterme en algo así era estar escribiendo y pensando dos años, a lo menos, dentro de un autor, y para mí dos años dentro de un autor supongo que te tiene que gustar mucho pero también tiene que haber una especie de misterio, alguna pregunta que vos tengas que funcione como combustible para encontrar esa respuesta. Si tenés todas las respuestas antes de ponerte a investigar, es muy aburrido el trabajo; si, por el contrario, no tenés ninguna pregunta, es porque el autor nunca te generó ningún tipo de misterio, tampoco podés esta tilde sí porta el rayo argentinizador estar dos años metido en eso”.
Tengo entendido que el libro partió como un ofrecimiento que te hicieron en Ediciones UDP, pero la propuesta inicial era hacer algo sobre Witold Gombrowicz, Macedonio Fernández o Adolfo Bioy Casares. ¿Cómo llegaste a Levrero?
Esos autores podían gustarme más o menos, pero los sentía como que no terminaban de interpelar a mi generación. Entonces pasó el tiempo y propuse dos nombres: Bolaño y Levrero. Tengo una pequeña teoría de que ambos son los que abren, de algún modo, el siglo XXI para la literatura latinoamericana. Bolaño y Levrero eran dos escritores que estaban en mi cabeza todo el tiempo. Pero me dijeron que Bolaño no, porque en Chile no daba que un autor argentino la hiciera. Por supuesto que de Bolaño hay mucho escrito, pero de Levrero no hay tanto: hay y no hay, ¿viste que Levrero es un personaje que tiene esa opacidad de que parece que hay un montón de cosas escritas y parece que está en todos lados, pero después te ponés a revisar y no hay nada o muy pocas? Es como muy levreriano todo, como eso de que se dice que está desperdigado u oculto, y eso es también interesante, porque escribir algo así es también ser un investigador. Entonces gustó la idea y fuimos para adelante.
A partir de ahí, ¿cómo trabajaste?
Primero leí todo lo que encontré, que era sobre todo sus conversaciones: el libro de entrevistas que compiló Elvio Gandolfo para Editorial Mansalva, eso fue importante; luego leí testimonios de gente que alguna vez habló de él, desde prólogos hasta homenajes, en diarios cuando fue su muerte y luego a los cinco años de la conmemoración de eso. Y fui anotando cuáles eran los quince o veinte puntos que se repetían en los testimonios de todos, que era básicamente cuáles eran los quince o veinte nudos de la vida de Levrero: sus obsesiones o sus conflictos, la relación con las mujeres, con el dinero, con sus hijos, con las editoriales, con la computadora, con la beca Guggenheim, con Buenos Aires-Montevideo-Colonia-Piriápolis, todos hablaban un poco de lo mismo. Y confeccionando esa lista dije: Bueno, esta es la vida de Levrero. Y luego me quedaba explicar cómo esta vida llegó a escribir esos libros, que nunca es una relación tan directa, esa es siempre como la trampa de las biografías de los escritores: la vida y los libros son cosas que están como cruzadas, pero no están cruzadas de modo tan directo.
Una de las cosas que llama la atención es su relación con la paternidad, porque conociendo a sus hijos, más a Nicolás que a Juan Ignacio y Carla, tenía la sensación de que había sido un padre muy presente y leyendo tu libro me di cuenta de que no era así.
Es difícil ese tema. Yo previamente no conocía cómo era su vínculo con la paternidad y ya en los primeros testimonios me empecé a dar cuenta de que él no había estado mucho con sus hijos; de hecho tenía esa frase: “Bueno, los chicos se cuidan solos”. El problema con eso es que si vos hablás con los hijos, ellos no guardan un gran resentimiento, al revés lo quieren, y yo creo que a veces eso pasa con los padres ausentes: que los hijos necesitan post mortem recuperar ese padre que no tuvieron en vida. Nicolás, por ejemplo, está muy presente en el armado de los libros, en todo lo que es el Levrero póstumo, Juan Ignacio estuvo haciendo una película sobre su padre, la hija que es un caso más particular, porque vive más aislada, quedó muy pegada al padre, al punto de que le cuesta leer La novela luminosa. Evidentemente hubo algo ahí que uno no termina de ver porque no estuvo ahí, por lo cual los hijos hoy tienen un buen recuerdo de él, aunque todos te confiesen que no la han pasado bien en varios momentos.
Levrero aconsejaba a los escritores jóvenes que abandonaran todo, esto unido al hecho de que para él era más importante el proceso que el resultado, da para pensar que más que escritor era un artista en el sentido más puro de la palabra.
Te diría que estaríamos más ante el artista bohemio que ante el artista en general, porque también hay muchos modos de ser artista. Yo durante mucho tiempo pensaba que sólo se podía ser artista de ese modo, sin tener un trabajo, disponiendo de tus horarios, durmiendo hasta cualquier hora, viviendo siempre en un borde del capitalismo, y yo creo que tenía eso en la cabeza porque mi padre en los últimos años fue eso, entonces era lo que tenía a mano, era una especie de modelo y yo creía que eso era la forma pura del artista. Alguien que está siempre drogado o borracho, con otro tipo de sintonía. Después con el tiempo fui cambiando mi percepción y hoy sé que ese es un modelo de artista. Levrero perteneció a una generación, si bien no tiene los rasgos tan nítidos de la generación del 60 porque era un tipo que estaba muy aislado y no curtía los grupos o la noche, finalmente también fue un artista de su época. Si bien no quiero para mi vida la bohemia, porque no quiero repetir los pasos de mi padre, sí me parece que esa otra parte del imaginario de Levrero como artista es interesante. Él decidió en vida ser el artista marginal, que sus libros no se rediten ni nada, y al mismo tiempo está eso de que él no pudo hacer otra cosa, porque sobre todo en sus últimos años estaba preso de sus fobias y de sus manías.
Escribiste de tu viejo y de Levrero, y ambos hacia el final tendieron hacia la autobiografía.
Lo que pasa es que mi padre viene de una escuela textualista donde la primera persona no estaba bien vista. Él recién se libera de eso con La arquitectura del fantasma: una autobiografía, pero a él la primera persona le generaba desconfianza. En ese sentido Levrero termina siendo mucho más moderno porque dialogó mejor con la época contemporánea. Por eso me gusta ese Levrero final, porque todos los primeros libros, los cuentos delirantes, a mí me gustan, están buenos, pero no dejan de ser productos de género no sé si llamarlo prefabricado, que se maneja dentro de una estructura más o menos clásica, pero lo que hace con La novela luminosa y El discurso vacío es un género nuevo de algún modo, tampoco son autobiografías ni diarios, son una mezcla de muchas cosas distintas, y mi pregunta es cómo ese tipo llegó a esa epifanía literaria en su vejez.