I
“Antes de emprender cualquier empresa de cierta importancia, uno debería asegurarse de que no posee teratomas de ninguna clase”, advierte el narrador de “Precaución”, relato que Mario Levrero escribió en 1980 y publicó en 1992 en El portero y el otro.
Un teratoma es un hermano mellizo que no tuvo la fortuna de desarrollarse por completo y en forma independiente. De esta criatura abortada, queda un residuo: un quiste o tumor encapsulado en un muslo, relleno con pelos, huesos y dientes.
En ciertas oportunidades, los teratomas pueden albergar órganos más nobles, como un cerebro, parte de un cerebro o simplemente una confederación de neuronas capaces de pensar y escribir. Si este teratoma es extirpado, nos veremos privados de nuestros pensamientos más brillantes y caeremos en la afasia, el mutismo, la agrafía.
Porque quien escribe siempre es otro y este otro puede ser una parte de nosotros mismos destellando en un abismo sin fondo, una partícula psíquica en que el Yo no se reconoce, un teratoma enquistado en otro cuerpo, provisto de un sistema nervioso autónomo e ideas literarias propias.
Otra vez Mario Levrero, pero esta vez en una entrevista con Pablo Silva Olazábal: “Desde que empecé a escribir hay textos que los notaba como no-míos; o bien venían de una parte mía que me era totalmente ajena y aun hostil, o bien había que pensar que la memoria me había jugado una mala pasada y me había dictado un texto ajeno, borrándome el dato de que no era mío”. Otra vez Mario Levrero, en el prefacio de El portero y el otro: “«El Mendigo» había quedado inédito (y sin título) hasta la fecha porque en un primer momento me pareció un plagio: es posible que lo sea, aunque en veinticinco años no he logrado confirmarlo”.
II
Así como Sócrates poseía un demonio que le hablaba a través de señales, con una voz que le llegaba desde afuera pero que en realidad provenía de adentro, para guiarlo, protegerlo e iluminarlo; del mismo modo algunos autores oyen los dictados de un teratoma inmaterial, que ya no está hospedado en ningún cuerpo y que los ayuda a orientarse en el bosque de las letras. ¿Se trata también de un demonio?
Para los griegos, el demonio no era la encarnación de las fuerzas del mal. Como los dioses no intervenían directamente en los asuntos de los hombres, el demonio era un intermediario entre el mundo superior y el mundo inferior. Interpretaba y comunicaba a los dioses los pensamientos de los hombres y a los hombres, los pensamientos de los dioses.
En nuestra época, el demonio telepático adopta de preferencia la forma de un nervio imperceptible que conecta la voz que dicta y la mano que transcribe, el cerebro y el flujo de tinta electrónica, el yo y el otro que siempre anda por ahí y molesta.
Sin su demonio telepático, el escritor no es más que un dactilógrafo.
En La novela luminosa, Levrero lo constata: “Se ha fugado de mí el espíritu travieso, alma en pena, demonio familiar o como quiera llamársele, que hacía el trabajo en mi lugar. Estoy a solas con mi deber y mi deseo. A solas, compruebo que no soy literato, ni escritor, ni escribidor de nada. Simultáneamente, necesito dentadura postiza, dos nuevos pares de lentes (para cerca y lejos), y operarme de la vesícula. Y dejar de fumar, por el enfisema. Es probable que el daimon se haya mudado a un domicilio más nuevo y confiable”.
III
Si es verdad que Sócrates tenía un demonio y que cada escritor escribe bajo tutela de un espíritu travieso, alma en pena o demonio familiar, como imagina Levrero, hay que admitir que existen diferencias considerables entre la demonología de nuestra época con la de tiempos antiguos. El mundo de arriba también ha sido transformado por el mundo de abajo.
Antes cada escritor tenía varios demonios a su servicio: uno le dictaba las frases, otro las corregía, otro recolectaba informaciones y testimonios, otro verificaba que las citas estuvieran correctamente transcriptas, otro se ocupaba de los quehaceres domésticos, otro velaba durante el sueño.
Ya no es el caso.
Con la explosión demográfica y la revolución digital, la humanidad nunca conoció, hasta el día de hoy, una época con tantos mensajes que llegan y salen, sin tregua, a cada instante, de nuestras psiques. Ahora un mismo demonio ha de trabajar para varios escritores, que aspiran a resultados instantáneos, que reclaman sin cesar nuevos pensamientos, palabras, historias, recuerdos, afectos. Semejante tarea resulta agotadora, inclusive para un intermediario entre el mundo de los hombres y el mundo de los dioses.
Para poder responder a estas solicitudes, los demonios se ven obligados a dictar mensaje similares a autores disímiles, con la esperanza secreta de que los autores nunca se crucen en este mundo. Los mismos pensamiento llegan a psiques diferentes, y a veces llegan a una psique equivocada y a veces ni siquiera llegan. ¡Pobres sísifos que pasan sus vidas cargando y descargando mensajes! Ya no se puede saber quién envía qué a quién.
En esto se ha transformado el mundo: ya no sustancia, ni materia, ni acontecer, sino red de conexiones telepáticas ilimitadas. En lugar de irrumpir desde las profundidades del alma, los pensamientos que leemos y escribimos son telecargados desde una nube.