En vez de meterse con una mujer quien, como si fuera un bebé, usará buena parte de su tiempo en pedirte cosas, propongo que el engaño, pequeño bichito de la mala suerte, sea contigo mismo con el gesto inocente, económico y hasta sustentable (en el buen caso de que no llegue a libro) de un texto. Uno no debe preocuparse por nada, ¡es casi imposible dar la talla y al mismo tiempo ser impreso en fuente legible! ¡Huye lagarto huye! Huye de la letra, vete a hacer pesas.
¡Ey! ¡Entusiasta suicida! Perderás interés por tus propias frases y la malla en el camino. Al final del engaño, con el carisma de un pozo de ventilación, atascando el pasillo interminable, no te espera ni un puto policía de provincia.
Quizás, ocurra lo esperable (que nos equivoquemos) y la gente de Hiroshima te quiera. Las palabras quizás no puedan describir el atractivo pero los números sí. Te venderás, por un pedazo de salame, sin ambages. El espectador de atrocidades divisará tu vuelo rasante y maldito. Serás The Best Fuck of The Century.
Pero el siglo pasó y has recorrido la mitad del camino hacia la fealdad. Nos encontramos, como bien dijera Phormio, sosteniendo un lobo de las orejas.
¿A dónde crees que vas querido cuadrúpedo, siete veces excelente, parado sobre la muralla que divide lo que fue de lo que será, con la tapa del Glennfiddich como cenicero? Afectarás tanto la Tierra como las aguas vivas y los pájaros carpinteros.