El canal de la Mancha
Uno
Tristeza de tristeza de tristezas. (Flores blancas). Nada al costado y nada alrededor. La catedral que piso donde suena el armonio y vitrales humildes piden soñar una fosforescencia. Piso luego el palacio romano donde reconstruyeron mosaicos esmaltados con delfines que saltan y medusas. Rubia Albión.
Dos
Con mis propios ojos vi vasijas (sus arrugas, peras y manzanas en medalla de piedra enterrados por siglos en salas destinadas al derroche y la glotonería). Ver con mis propios ojos para recuperar una curiosidad extraviada pétalo por pétalo. Ahora, plumerillos curvados en el viento. Gatos que no le temen a la nieve.
Tres
¿Y si fuera al revés? Donde gimen fuegos de artificio la resina se encarna hasta alcanzar un pétalo perfecto. Les pregunto a los árboles si acunan a su enamorada. Pregunto al petirrojo si mordisquea una manzana tibia y amarilla. Piedras, piedras. Lindan con la orilla del Canal. Un solo pescador empecinado sobre un muelle sin prójimo.
Cuatro
Bajo el pie, esa ofrenda exuda una delicadeza sin secretos, vanidades verdes santifican el cuero cabelludo de los ángeles. Alguien puja para sobrevivir a la ondulada superficie del júbilo. Me acuesto en el regazo de mi propia negrura.
Cinco
La voluble flor de la magnolia atrae a la cautiva. Es una tentación para los animales y las reinas que parpadean juntas sobre el muelle y entreveran glosas de maíz trenzado en puntos de crochet. Ya no queda ternura para el pájaro vil que picotea su escudilla de mijo, ya preguntan por mí las casuarinas. (Tristeza de tristeza de tristezas). Nada adelante y nada alrededor.
Seis
Ningún crimen quedaría impune en este pueblo donde vine a olvidar. Tampoco los olvidos me sonríen. Una muchacha de cabello rojo trae todas las tardes paquetes del correo. Suena el timbre. Si respondo, la ráfaga se ondula. Si no respondo, su cabellera se consume hasta la coronilla y es cenizas, encomienda, la brasa.
Siete
Supongamos que atiendo. En la puerta de entrada las gaviotas punzan el carámbano. Picos de hielo caen sobre el piso. Sucios lunares, flores de arqueología en pedacitos. El cabello de la chica roja se ha curvado como una cimitarra. Ningún crimen quedaría impune en este pueblo manso. Aun así, llevo mi mano al cuello.
Ocho
Aunque el frío lastime, caminar. (No hay rejas). Insisto: No es una prisión. Por la rambla, peatones sobrellevan el clima con gorras coloridas y bufandas. Se deslizan, graciosamente, al trabajo, al paseo. Entretanto las gaviotas gruñen, las ardillas roban su comida a los pájaros en una casita de azulejo amarillo y marrón.
Nueve
Ningún crimen quedaría impune en este pueblo donde vine a dormir de sueños dulces. Como si el sueño fuera un lampazo asestado al grumo de la vida. Pero al despertar recordé la ira de los días pasados en algo parecido a una prisión. Ahora los perros corren a las gaviotas en sus playas de piedra. Niñas jugando con sus patinetas hacen surcos sobre el pavimento. Son las cartas de la niña al hielo. Son palotes de niña.
Diez
Las parejas mayores caminan de la mano junto al muelle, ríen en idioma gutural. No hay malestar posible, más allá de mi miedo a perderme en este pueblo de traza regular. Y no encontrar jamás la vía del retorno. No encontrar.
Once
Sabía yo esa lengua de cuchillas, sus nanas que solían arrullarme pero cuándo, cuándo. A veces los idiomas también se deshilachan y de pronto -eufórica en la plaza- me golpeo los puños contra el pecho. Estoy agonizando y hay piedritas en mis cuerdas vocales.
Doce
El cruce de la isla al continente alborota los líquidos del alma por su mero cruzar. En ascuas, toco mi cuerpo desvestido por primera vez, se abren diminutos agujeros en el cuero de la convicción. En mi ojo de buey concibo un ojo que me mira lúbrico. Y me suelto el cabello.
Trece
Sacudida la pobre embarcación por ese oleaje siempre encabritado arrojamos todo lo que pesa. El agua abre sus fauces. La marea es sólida y grasientas las olas donde cae mi baúl cargado de naranjas para la travesía. Y ropa de lanilla.
Catorce
Nadie se acordará de esta visita. Vine encapuchada, me llevaron de prisa. Corcoveaba el bote que nos trajo desde el continente hasta la isla. Por primera vez me vi desnuda en láminas de cuarzo.Removían mi espíritu las olas y asomaba una punta. Las sirenas se asomaban a ver. Marmaids. Marmaids. No me silben así. Hay un tipo de fiebre que aparece solo cuando cruzo este canal y todas las ideas corcovean.
Quince
De regreso al puerto bullicioso me dijeron de un pacto y no escuché. Me contaron de dios, cerré la puerta. Ahora en un camión destartalado se disipa el vaho de ese alcohol que no quise beber, atada mi atención a los vaivenes de la convalecencia.
Dieciseís
Y soñé que en el sueño iba de blanco. Desperté sin pensar que las rutas eran cintas de gasa flanqueadas por dos ángeles de cal. Entonces olvidar que se viajó para olvidar mejor, la muerte va quedando quebradiza, mis lágrimas se hielan en su rumbo del iris al mentón.