¿Cómo elegir un texto entre todos los que me llevaron a descubrir o consolidar mi identidad de escritor? Voy a elegir tres momentos.
Como todo lector, las lecturas surgen anárquicas, mixtas, desparejas. Antes leí a Mark Twain y también Papillón. Leí mucho Agatha Christie y eso me llevó a leer a Shakespeare, a causa de las citas constantes de la autora de policiales al querido Guillermito. Leí Otra vuelta de tuerca, y leí Carrie. Y de Carrie pasé a todo lo que pudiera conseguir de Stephen King (aunque King apareció luego de Poe). Antes apareció por ahí El gran Meaulnes, y también me habían leído, cuando no sabía leer, La cabaña del tío Tom, y varios de Julio Verne. Y cuando pude leer, leí a Julio Verne, y en un señalador/propaganda de un libro suyo hablaban de la admiración de este por Edgar Poe, y busqué a Poe.
Cuando leí los cuentos de Edgar Poe tendría doce años, y encontrarme con esas temáticas me abrió muchas puertas. Me dio libertad. ¿Se puede escribir de estas cosas, y de esta manera? Quiero esto, y quiero escribir de esto y asustar, como asustaba y entretenía a mis compañeros de primaria contándoles películas de terror inventadas.
Entonces, diría que a los doce años Edgar Poe me dio el tema.
Tardíamente leí a Cortázar, y cuando digo “leí”, me refiero a que le presté atención. Estaba cerca de los veinte años. En la escuela había trabajado algunos cuentos suyos, pero no me despertaron nada. Digamos que no era consciente de los registros en la escritura, ni de las voces que tiene un texto. Cuando leí Bestiario, encontré que esa era una escritura que me interpelaba, que no era inalcanzable, no era traducción berreta, que se podía imitar.
Y así como Poe me dio el tema años atrás, Cortázar me dio la forma. Y durante un tiempo lo imité a más no poder, fueron mis primeros cuentos más serios, más “mostrables”. Fueron tres o cuatro años. De esos cuentos, muchos fueron tirados, otros borrados de la compu, algunos sobreviven como recuerdo nostalgioso y son solamente para mí y nunca los voy a publicar.
El tercer momento, de entre todos los que puedo elegir, tiene a Junichiro Tanizaki como protagonista. Un vendedor de la feria de Plaza Italia me recomendó ese libro, yo estaba buscando literatura japonesa porque me había encontrado con una antología, de casualidad, y esos autores me habían encantado. El libro que me vendió era “La historia secreta del señor de Musashi”. Leer eso, a los 24 o 25 años, me ayudó a escribir con más soltura y desenfreno sobre sexo, especialmente sobre aberraciones y parafilias sexuales. Quizá sea el texto más extremo de Tanizaki, y lo digo habiendo leído todo lo que hay traducido al español y al inglés de su literatura. Una historia laberíntica, donde el protagonista está obsesionado sexualmente con las cabezas cortadas de los guerreros enemigos. Hay narices que se mutilan, escenas que rozan lo escatológico, fantasías de decapitación, crueldad, fetichismo y sadismo.
También podría escribir sobre lo que fue encontrarme con ese manantial literario que es William Faulkner, tal vez mi escritor preferido; o sobre las miniaturas increíbles de Pierre Michon; o los cuentos de Giorgio Pressburger, de quien supe aprender (¿o robar?) el tono de muchos de mis cuentos, especialmente de los primeros que fueron publicados. También está el amor incondicional que siento por los autores decadentistas, y la admiración por Dostoievski. Pero el artículo sería demasiado extenso, y no pretendo merecer tanta atención del que esté leyendo esto. Podría estar interrumpiendo su propia educación sentimental.