Del “había una vez” al “hay una vez”
El “había una vez” me trae cuentero en un fogón o en mi escritorio, años después de lo sucedido, quieto, sentado, contando la aventura pasada. Estoy a salvo, el texto y yo estamos a salvo. La tragedia o la comedia concluyeron y ahora, en la comodidad de la mesa, recreo el temblor. Pero las cuatro patas de la mesa, por lo general, no se mueven (salvo en Alicia). Creo, entonces, que algo de la comodidad de la mesa y la silla se filtran en mi texto. También el lector podrá esperar en el sillón a que lleguen, en dosis convenientes, los pretéritos perfectos simples (se «trabó» el timón) en medio de los pretéritos imperfectos y pluscuamperfectos (el mar «lucía» calmo, «habíamos navegado» sin imprevistos). Pero, ¿qué pasaría si ese texto estuviera escrito en presente? Hay una vez. La aventura sucediendo en este momento. No puedo estar tranquilo. Habito la paradoja de una escritura en presente y en primera persona que dice «ahora hay un motín, se me acusa de navegar sin rumbo”.
Quizá porque en el presente no puede haber nada predeterminado, es que busco escribir en este tiempo, encontrar la aventura negada por las amarras cotidianas. ¿Por qué en primera persona? Creo que para ser honesto conmigo y con los demás. Esto podría llevar a un estilo autobiográfico. Pero sólo sucedería si sé quién soy, si, aficionado a la sinécdoque, creo tener un ser más allá de la forma desigual de despertarme. En cambio, me parece que la primera persona tampoco está predeterminada. Ser y tiempo conjugados en el acto de la escritura y la lectura, fundante a cada paso, ni el árbol ni el clavel del aire, un camalote que viaja con sus raíces. Salir a caminar o a escribir sin destino. Pero, en esta experiencia vital que quiero sea mi escritura, ¿me alcanza lo que está al alcance de la mano? El sueño solo puede conjugarse en pasado, dicen. «Soñé» con una oruga que fumaba. ¿Qué pasaría si el sueño también se conjugara en presente? Escribo pasos. Dos cuadras bajo plátanos, otra al sol relumbrando, otra cubierta de hojas del otoño, otra de casas bajas y radios altas. Me llevan las palabras con su arrastre de sentido. Olvido lo que sé o lo que sé se olvida de mí y se entrelaza con lo que llega. Escribo en presente. Camino en presente. Y a veces vienen ecos que andaban resonando por ahí. Zigzag. Tejido de pasos en el vacío. Escribo sin ideas previas, las ideas surgen ahí, caminando. No estaban, existían sólo como promesas encerradas en el pie que duda. Escribir como un ciclo vital, salir y andar y transformarse. Fuera del gimnasio sin sorpresas, las máquinas sin hojas, los géneros gastados. Caminar y escribir, hasta que pueda. Descubrir lo que había y no sabía. Por ejemplo, en una de las caminatas encuentro un ciempiés en la vereda, en otra un tanque de agua con forma de tetera. Vierte palabras y son, para mí, un homenaje a esta disposición particular para perderme y encontrarme conmigo y los otros en la escritura y en la vida.